LAVOZDEALMERIA.ES-24/06/2009
Rebeca Gómez, CONCEJALA Y DIPUTADA DEL PP y PRESIDENTA DE LA ASOCIACIÓN MUJERES EN IGUALDAD DE ALMERÍA
No es la primera vez a lo largo de la Historia que se maneja la capacidad de pensar o sentir de la mujer hasta hacerla partícipe de algo que va en contra de ella misma, o que se habla en nombre de todas las mujeres para defender asuntos que las sitúan en posturas contrarias a su autotutela.
Recordemos a Victoria Kent, del Partido Radical Socialista, una de las mujeres más destacadas en la II República, que defendió en el Congreso el aplazamiento del voto femenino, argumentando que la mujer, influenciada fuertemente por la Iglesia, votaría a la derecha.
En el mismo sentido votó Margarita Nelken, del PSOE, no así Clara Campoamor, también del Partido Radical, que defendió el derecho al voto de las mujeres en contra de argumentos que lo negaban "hasta que las mujeres dejen de ser retrógradas" o "porque la mujer tiene reducida la voluntad y la inteligencia".
Una de las últimas señales de manipulación la constituye el virulento aturdimiento al que muchos partidos y organizaciones llevan la discusión sobre el aborto.
Sin obviarlos, pero con independencia de los planteamientos morales a los que desvían el debate quienes usan la expresión ‘libertad’ o ‘derecho’ para evadir la responsabilidad que el ser humano tiene sobre la propia vida de otros seres humanos, el aborto supone riesgos para la mujer que se han cultado deliberadamente, como los daños irreparables a su función reproductora y graves daños psicológicos y emocionales comprobados en los últimos diez años.
Un estudio realizado por el Centro Nacional de Investigación sobre la Salud de Finlandia, basado en certificados de defunción y expedientes médicos, arrojó una tasa de suicidios femeninos después del aborto del 650% superior que el de las mujeres que dieron a luz. Si en algún momento desde una visión progresista se justificaba la prohibición del voto de la mujer, y hoy aquellos serían tachados de retrógrados, he aquí una visión histórica de aquella equivocación y una visión actual de otra que los mismos tratan de inculcarnos: que el aborto es un acto progresista. Una sociedad progresista es una sociedad reflexiva. Dentro de la reflexión está, precisamente, no aniquilar la vida amparándose en la indefensión del feto. Cualquier otra postura representa un progresismo mal entendido y oportunista que pretende absorber a través de una situación de dificultad un aprovechamiento de la angustia.
El aborto puede aparecer como una solución rápida, y tal como se plantea, parece inhibir otras soluciones que por ser menos rápidas no adolecen de un mayor humanismo deseable.