Una de cada dos mujeres que va a terapia por drogas es víctima de malos tratos

DIARIODEBURGOS.ES-11/01/2010-(EFE) 

Existe una relación estrecha entre la violencia de género y el consumo de estupefacientes como medio para soportar la penuria familiar

Más de la mitad de las mujeres que acuden a los servicios de atención a drogodependientes son víctimas de la violencia machista, si bien los expertos sostienen que el porcentaje de las que sufren este doble drama es mucho más elevado, porque gran parte de ellas ni siquiera solicita ayuda.
Así lo pone de manifiesto Violeta Castaño, autora del estudio La atención a la problemática conjunta de drogodependencia y violencia de género en la población de mujeres.

El análisis, basado en un amplio trabajo de documentación, encuestas y entrevistas directas, tanto en centros de la red asistencial de drogas como de víctimas de maltratos de toda España, revela cómo estos asuntos se abordan sin perspectiva de género y de manera disociada, sin tener en cuenta su estrecha vinculación.

«No existen recursos asistenciales que tengan en cuenta el tratamiento de las mujeres desde la perspectiva de género, ya que los servicios de atención a drogodependientes no tienen entre sus objetivos atender otro tipo de problemas como el maltrato», del que muchas veces ni ellas son conscientes, señala esta experta.

Asimismo, desde la red de atención al maltrato no se cuenta con espacios específicos para este grupo de féminas con adicciones, pese a que, en ocasiones, recurren a las drogas o a los ansiolíticos precisamente para soportar la violencia que padecen.
En los centros de deshabituación de drogas se atiende a un 80 por ciento de varones frente a un 20 por ciento de mujeres, ya que, según Castaño, ellas no piden ayuda por sufrir una «estigmatización mayor» y, también, porque asumen la carga familiar.

Algunas investigaciones elevan hasta un 84 por ciento el porcentaje de adictas que confiesa ser maltratada o haberlo sido.
En la red de asistencia se rechaza directamente a las drogodependientes por entender que su trastorno adictivo es «más urgente» y no les permitirá integrarse en una comunidad terapéutica con el resto de afectadas.
El perfil de esta fémina, enganchada a las sustancias estupefacientes y a un hombre que le pega, es el de una chica de entre 31 y 40 años, con una edad media de 36. En el 51 por ciento de los casos las afectadas son solteras, pero con un porcentaje alto de separadas -34,5 por ciento-, y con hijos. En el momento de pedir ayuda, la mayoría convivía con su familia de origen.

Posee un nivel de estudios medio, trabaja como empleada, aunque hay un número importante que tiene un nivel cultural bajo y no tiene una profesión definida. La demanda de tratamiento suele ser por el consumo de alcohol y/o cocaína, con una adicción de 11 años de evolución. De hecho, se inició en las drogas a los 19 años junto con una pareja consumidora y es maltratada por ella durante un período aproximado de ocho años, sin pedir auxilio.

Todo este círculo dramático, relata Castaño, es fruto de una realidad social y cultural «profundamente arraigada» en las propias mujeres y de una mentalidad «androcéntrica» en la que sigue existiendo discriminación misógina.
Por su parte, la directora de la Fundación Atenea, Paz Casillas, apuesta por la coordinación de los recursos de ambas redes.

Los expertos proponen que si una fémina adicta llega a un centro de acogida se la derive a drogodependencias hasta que se estabilice su consumo y que, una vez lograda la desintoxicación, continúe con su tratamiento. Si, como suele ocurrir, acude primero a la red de drogas también se la debe estabilizar averiguando si su consumo se debe a violencia de género soterrada. Una vez desintoxicada, debería sensibilizarse en cuanto a su problemática para ir preparando el posterior traslado. En ambos casos, concluye Castaño, este cambio debería prepararse correctamente para que la mujer realizara físicamente el recorrido de un recurso a otro, tal vez acompañándola.

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