A los 13 años se bajó de la bicicleta: no era capaz de medir las distancias. Siete años después, ciega total, se dio una segunda oportunidad. Hoy Josefa Benítez es la mejor ciclista española paralímpica con discapacidad visual. Hoy, junto a su piloto, Mayalen Noriega, se ha colgado la medalla en los Juegos Paralímpicos de Londres 2012.
"Somos atletas como los olímpicos, que no nos vean como pobres discapacitados, la única diferencia, es que no conocemos el límite del sufrimiento, ya que toda nuestra vida hemos tenido que ir esquivando obstáculos". No se podría definir mejor de lo que lo hace Josefa Benítez Guzmán, Pepi para los más cercanos, (Barcelona, 30 de agosto de 1969) el espíritu paralímpico.
Y sabe de lo que habla. Porque a los 13 años tuvo que enfrentarse al mayor obstáculo de su vida. Nació con una enfermedad genética que le iba robando poco a poco la capacidad visual hasta que, a esa edad, tuvo que bajarse de la bicicleta porque no era capaz de seguir a sus amigas porque no controlaba las distancias.
Decidió no volver a pedalear. Sin embargo, siete años después decidió darse una segunda oportunidad. Con discapacidad visual severa -lo que se conoce como ciegos totales- probó suerte en el tándem. Y hasta ahora. “Yo soy muy competitiva y desde el primer día que subí en tándem, mi objetivo fue aprender y encontrar más que una piloto, una amiga que disfrutara de esta experiencia conmigo”, asegura la catalana.
Esa amiga no es otra que la mexicana Mayalen Noriega, a quien Mujerhoy.com tuvo el placer de entrevistar solo unos días antes de que volaran a los Juegos Paralímpicos de Londres. “Desde el primer día que subí con ella al tándem, le tuve confianza ciega, nunca mejor dicho, y sentí un 'feeling' especial”, comenta con ese punto de sentido del humor tan característico suyo Pepi.
Fuera de la pista Benítez no tiene un tándem, sino que forma un trípode inseparable con las dos personas más importantes de su vida, esos que le hacen la vida más fácil y que le regalan sus ojos siempre que los necesita: su marido, Albert, y su hija, Lydia.
Hoy, tras la poca suerte en las dos pruebas anteriores, esta pareja de amigas que compite junta desde hace dos años y que arrasa en el circuito nacional, ha conseguido la hazaña de dar una medalla más a la delegación paralímpica española -la número 35 concretamente-.